Citas de El susurro de la caracola, de Màxim Huerta


(24) 
De pequeña era de las que elegían una cifra muy alta y contaba del revés hasta que me cansaba, cuando no podía más, sumaba las cifras restantes y decidía que ese sería el número de la suerte ese día.

(41) 
El amor, si sirve para algo, es para amar sin vergüenza, si no, no vale para nada.

(41-42) 
Ignoro lo que pasó, se dice que las emociones son imposibles de describir, necesitamos creer que pasó, cómo lo recordamos o cómo quisimos que sucediera.

(57-58) 
Me había percatado de que no hay mucha gente enamorada, y los que lo están no lo demuestran. Sea como sea, apenas anotaba "besos" en mi libreta. Si se abrazaban, no tardaban en soltarse. La normalidad no me gustaba. El hombre besa mal, me estaba dando cuenta día a día. Tiene por costumbre mirar a lo lejos o apretar los labios tras el beso. La mujer, en cambio, tuerce la cabeza hacia un lado visiblemente afectada por la acción beso. Lo sé porque yo he sido mal besada tantas veces...

(62) 
De todas las personas que conozco, la que menos se quiere a sí misma soy yo.

(72)
Según mi madre, las personas que saben mirar saben querer,.. Solo deberíamos evitar los besos de aquellos que no nos miran. O nos malmiran.

(96)
- ...y dice que aplasta hojas de flores entre las páginas de los libros, allí donde hay una frase que quiera memorizar.

(97)
Así, entre fotos y recortes, empecé a sentir que el "nosotros" era la persona más bonita del plural.

(101) 
Lo quería fuerte, invencible como esos cuentos de piratas que coleccionaba o navegando mares llenos de caracolas gigantes. Cogí mi libreta y apunté la palabra "tormenta" varias veces ara que se gastara de tanto escribirla, para eliminarla del diccionario y evitarla de él. Tanto que se me rompió el papel...

(147) 
La colección de caracolas era la columna vertebral de la estantería, el punto central de su territorio de cosas; las grandes no las toqué, soplé por encima y pasé e paño suavemente, las más pequeñas estaban sujetas unas sobre otras, por eso fui volcándolas sobre el sofá para limpiarlas. Las había metidas en urnas de cristal y otras en vasijas transparentes. De niña yo las metía en agua, las echaba sal y luego las secaba al sol. Se trataba de devolverlas a su origen, para que cuando me las acercara al oído, me contaran historias entre sus zumbidos marinos. De pronto me parecía que era una sirena, un sonido de peces, un aleteo, me erizaba la piel. Empezaba a verlo todo azul, de un azul eléctrico, como envuelta en una manta de agua. Todas las palabras se agolpaban en mi garganta de niña: me hablaban las caracolas, yo conocía su sonido como si fuera un lenguaje secreto entre ellas y yo, navegaba con sólo cogerlas.

(161) 
La tristeza que provoca el saber que no puedes besar es infinitamente más dolorosa que un último beso.

(215) 
Cuando me besaba, era como si me dieran todos los besos de golpe, como si no fuera a besa a nadir nunca más.

Comentarios