Boceto VI: escenas de cine
Me gustaría poder decir que no fueron tristes,
pero lo fueron.
No había público, ni focos,
ni música que ambientase mi soledad.
Me gustaría mentir y decir
que no lloré en ninguna de ellas.
I
Me senté apoyando el cuerpo y la cabeza sobre el cristal, viendo la ciudad pasar, la lluvia caer y mis lágrimas resbalar. Escuchaba los charcos de agua chocar contra el suelo al paso del autobús, veía las luces de neón de la ciudad fijamente -hasta que todo lo que veía quedaba teñido por su brillo-, y sentía mi corazón latín queriendo escapar del pecho.
II
Nuestros trenes iban en direcciones contrarias, tal y cómo nuestros caminos -aunque en ese momento no nos dimos cuenta-. Tú giraste la esquina haciendo un gesto con la mano y lanzando una mediasonrisa que daría de lleno en mi pecho, acertando en el centro de la diana de mis sentimientos. Yo pronuncié un suave adiós y recé porque no todo acabase ahí; pero acabó. Subí los escalones de la estación todo lo despacio que mi cuerpo me permitía. El mundo a mi alrededor giraba con rapidez. Vidas fugaces. Y yo, sola, caminando con tanta intensidad que sentí que era necesario quitarme los zapatos, colgarlos de mis dedos, y así sentir el frío del mundo en contacto con mi piel.
III
Las palabras de un cantautor anónimo que había escuchado en la radio de otro viajero del tren hacían eco en mi mente. Hablaba de ti y de mí, una y otra vez. Con esas palabras me di cuenta de que me habías cambiado la vida dos veces: cuando te conocí, y cuando realmente lo hice. Caminé hacia la salida mientras mi voz interior gritaba nuestra canción. Esa que tú jamás escucharás y esa que yo jamás dejaré de escuchar.
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