Wordtober 2019 - 1. Nubes


Sabía que había algo mal consigo misma, pero no sabía qué era. Hubiera sido mucho más fácil rendirse ante esa evidencia, sin tener ninguna respuesta, pero ella no podía dejar sin resolver una incógnita –y mucho menos si estaba en su interior. Sus pies caminaban a un ritmo mucho menor al cruzar la avenida y sus ojos paseaban sin curiosidad entre los rostros de la gente; hoy no tenía ganas de encontrar un amor fugaz con el que fantasear durante unos minutos ni crear una vida sobre la persona con la que chocaba, sin querer, su brazo. Hoy no, hoy había algo mal y el cielo estaba cubierto de nubes. Su abuelo le diría “pronto empezará a llover” si aún pudiera hablar o supiera quién es su nieta, pero se contentó con la idea de saber lo que esas nubes significaban. Una súbita tranquilidad la invadió: sabía qué era aquello que se enredaba en su interior, enganchándose entre sus huesos como telas de araña en una casa abandonada. Ella estaba emocionalmente nublada.

“Nunca volverá a ser como antes”, pensó, mientras caminaba inconscientemente hacia los balcones llenos de rosales del ayuntamiento. El verano había pasado por sus flores siendo el peor castigo a la belleza jamás visto, y ella temía por lo que el otoño haría también. Lo que las estaciones harían con su cuerpo, con la belleza de su alma y la bondad de sus manos. Las nubes no tardaron en vaciar su contenido, formando hilos transparentes al caer desde las barandillas y las hojas de las plantas. Pero gotas, redondas y brillantes, sólo cayeron de sus ojos, sin que ella se diese cuenta. Se fundió con la realidad de la naturaleza, tratando de disipar sus nubes anímicas, intentando no ahogarse en el océano salvaje que se había formado con todos los mares de su interior.

No supo cuánto tiempo pasó desde que empezó la tormenta hasta que se sentó en un huequito seco que encontró bajo unos soportales, pero sí que su ropa no estaba tan estropeada por el agua como su mente. Su yo interior danzaba como una bailarina de ballet en una cajita de música victoriana mientras la lluvia que golpeaba la piedra callejera era la banda sonora. Quería escuchar su nombre dicho por él, saber quién era de verdad, volver a encontrarse. En sí misma estaba perdida, se sentía sin fuerza para despejar un cielo pintado de trazos grises.

Para cuando la lluvia había cesado, ella ya había encontrado, al menos, las palabras adecuadas. Sabía cuál era el mensaje que debía acompañarle en el camino y, pese a escucharlo con la voz de su abuelo, las palabras se las había enseñado la tormenta: “pronto dejará de llover”. Y de nuevo, comenzó a andar, sabiendo que hoy, dentro de ella, había encontrado un poquito de paz.

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Este es el modelo que estaré siguiendo este mes.

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