Boceto XIV: a dos metros bajo tierra


Estoy a dos metros bajo tierra. Nunca pensé que la oscuridad pudiera pesar tanto, me oprime el pecho. Quiero gritar, pero no tengo voz, quizá nunca la tuve. Los gusanos se enredan en mis dedos, acariciando cada milímetro de piel, haciéndome sentir viva (¿es eso posible?). Forman círculos y me cuentan historias mientras me hacen desaparecer: ya me he marchado de las memorias, pero sigue quedando parte de mí cubriendo mis huesos. No sé qué fui, ni qué soy, pero sí lo que seré: olvidada.

Desde aquí abajo la vida parece mucho más sencilla. Decisiones, elecciones, rechazos. Si hubiera hecho aquello, si no hubiera pronunciado esas palabras, si hubiera ido cinco minutos más tarde a aquel lugar. De nada sirve, pero pensarlo consuela, incluso cuando pensar no tiene sentido. Recordar a quien no te recuerda, saber el momento exacto el que rompiste tu propia cadena y te dijiste adiós. Ahora entiendes el lugar en el que estás.

Quizá algún día me encuentren y será tarde, como siempre. Nunca es presente, es obsesión. Perderse, buscarse, fracasar: el circulo de la vida. Cómo me gustaría poder decir que fui feliz dentro de mí, que quise quedarme, que me gustaba ser y estar. Cuánto me gustaría no haber mentido tanto, a mí y a los demás, haber hecho tanto daño. Aquí el perdón no tiene carga emocional: ya está todo hecho, no hay manera de volver y arreglar los destrozos.




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