Citas de Cosmoagonías, de Cristina Peri Rossi


Los amnésicos aseguran que es más fácil recordar el futuro que el pasado, en la medida en que los deseos se proyectan hacia delante, y no hacia atrás. Según ellos, el deseo perfila mejor que la memoria, y el deseo está siempre en mañana.

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Los indecisos saben que cualquier decisión es parcialmente equivocada, no por el sentido de la misma, sino por el mero hecho de elegir. Es tan impertinente, en todo caso, salir o  no salir a la calle, de modo que el hombre que opta por abrir la puerta, cruzar el umbral e integrarse a la muchedumbre anónima que circula por la ciudad no se equivoca menos que el otro, cerrador de puertas, que decide instalarse en su sillón y no abandonar la casa. Una u otra decisión aparentemente opuestas, coinciden en un punto: intervienen sobre la realidad, desencadenan una serie de hechos imprevisibles y determinan otros, en un proceso incontrolable acerca del cual una sola responsabilidad es excesiva, y ninguna, cobardía.

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Viven cualquier elección como pérdida y saben que todo conduce inevitablemente a la muerte.

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Se habla acerca del mundo, porque en una ciudad de la cual no se puede salir, ni nadie ha salido en los últimos años, el mundo está siempre presente, es el punto de referencia imaginario de toda conversación.

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Le habían colocado un cero en la libreta. Un cero grande y rojo como un sol, y él se lo quedó mirando fijamente, muy fijamente. Era el primer cero de la vida. Sin saber por qué. tuvo la sensación de que ese era el primer eslabón de una larga cadena que incluiría cosas amargas y difíciles, impuestas por la autoridad, el orden, las normas, el exterior, el fin.

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Al final, un pequeño agujero se formó allí donde él había borrado con el dedo. Así fue como supo que el papel, pese a su apariencia, no era un todo compacto, sino que estaba formado por un abigarrado conjunto de cosas que se deshacían y se desintegraban, Cosas tan frágiles que podían destruirse con el fuego, junto con lo que se había escrito. Por más importante que fuera lo que estaba escrito se consumía con el papel. Tendría que escribir sus poemas en los troncos de los árboles, para que resistieran. Aunque éstos también se quemaban. En piedra; iba a escribir los poemas en piedra.

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Pero esos pequeños errores son la interferencia del destino en una cadena de casualidades irreprochable. De alguna manera, son la intervención del destino que de lo contrario, no tendría modo de manifestarse en nuestras vidas.

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La preocupación por encontrar el centro del mundo lo sorprendió una mañana, luego de un sueño aparentemente tranquilo. Fue una ansiedad, una tensión desconcertante, junto a la certidumbre -irresistible- de que estar alejado del centro del mundo lo sustraía de una manera irreparable, de los juicios verdaderos, del espectáculo que era necesario ver, de las informaciones que debía recibir para que su tránsito por la vida no fuera mas parábola que azar. El centro del mundo no excluía, seguramente, lo fortuito, pero por ser el centro -y no un aledaño- obligaba a participar -a sufrir, padecer, pero también a conocer- con la mayor intensidad y de las corrientes más verdaderas. (...) Se había enamorado una vez apasionadamente de una mujer, aunque con certeza, no podía decir que la había amado a ella. La exacerbación de los sentidos que tal pasión le despertó le produjo una enorme confusión; envenenado por los olores que aspiraba con mayor intensidad que nunca, por el relejo de las luces diferentes en el cuerpo de la mujer, por el reflejo de las luces diferentes en el cuerpo de la mujer, por los sonidos de su voz y de los objetos que en su presencia hablaban, crujían, envenenado por la hipnosis que le provocaban sus movimientos, todo el tiempo tuvo la enervante sospecha de que en esa mujer las amaba a todas.

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Somos esclavos de nuestra atención, de nuestra memoria. Un pequeño error, un descuido, precipita una catástrofe. Es una esclavitud inconfesable, aunque sé que todos la compartimos.

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No confía en la memoria de los vivos y sabe que los museos están vacíos.


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