Cinco palabras #1: violeta, ciudad, lluvia, silencio, Osiris
Seguro que todos conocéis el típico ejercicio de escritura de redactar un texto partiendo de cinco palabras escogidas al azar. Dani Merino (click aquí para ir a su twitter) me propuso esta idea y yo no pude decir que no, así que recolectamos palabras y esto fue lo que conseguimos:
violeta, ciudad, lluvia, silencio, Osiris
Para escribir los textos pusimos ciertos requisitos: usar -obviamente- las cinco palabras, utilizar un máximo de 500 palabras y escribirlo el mismo día. El objetivo de hacer esto entre dos personas (se puede con más y sería mejor aún) es poder ver cómo desarrollamos un texto con pensamientos distintos desde una misma base, desde unas mismas palabras. Ambos textos son ficción ambientada, aunque ya sabéis lo que dicen de que en la ficción se encuentra la verdad. Aquí tenéis el resultado. ¡Ojalá os guste tanto como nos ha gustado a nosotros hacerlo!
MI TEXTO
EL RITUAL DEL ORO Y LA PÚRPURA
EL RITUAL DEL ORO Y LA PÚRPURA
La señal sonó clara, vibrando en el viento, llegando allí
donde se creía imposible que pudiera llegar. No era la primera vez que sucedía,
pero siempre se rezaba porque fuera la última. La señal nunca significaba nada
bueno; quizá debieran aprender a no esperar nada favorable desde la caída.
Ahora debían cumplir, porque eso es lo que indicaba la señal: había llegado el
momento.
Desde diferentes puntos de la ciudad las diecisiete elegidas
se enfundaron sus túnicas de color violeta, anudándose la cintura, dejando que
sus pies sintiesen la verdad que emana el suelo: el calor, la necesidad, el
sufrimiento. Desde los caminos, cada una de las muchachas podía escuchar cómo
la gente se ocultaba en sus hogares, cerrando con listones los ventanucos,
escondiendo sus pocas pertenencias bajo sus propios cuerpos. Eso es lo que
provocaba: miedo. Nadie recibía una despedida, nadie quería perder. Unos
minutos después toda la región quedó sumida en el silencio.
Formaron un círculo perfecto alrededor del altar de dónde
provenía la señal. Desataron el cordón que oprimía sus estrechas cinturas y
rodearon sus muñecas, entrelazando los dedos. Nadie podía entrar, nadie podía
salir. En el centro había dos hombres: uno respiraba y al otro le quedaba poco
para dejar de hacerlo. El hombre que aún seguiría con vida, el hombre que había
enviado la señal, se acercó a cada una de las diecisiete mujeres. Las miró a
los ojos, acarició sus mejillas llenas de lágrimas y cuando llegó a la última
le susurró: “pronto tus lágrimas alimentarán a tu familia”. Volvió al centro y
realizó un gesto: todas cerraron los ojos y comenzaron a susurrar; había
comenzado el ritual.
Osiris, te llamamos,
dios de la muerte,
dios de la desgracia,
dios del resurgir.
Escucha nuestro llamado,
escucha el latir del corazón
del que pronto se unirá con su amo.
Vierte sobre nosotros
las lágrimas de otros dioses
para que podamos vivir
y seguir honrándote.
Haz que la sangre fluya sobre la tierra,
que la tierra renazca,
que la dicha vuelva,
que el sol no se apague.
Te rogamos a ti, Osiris,
el don de la vida
que sólo tú puedes quitarnos.
Tras estas palabras el hombre clavó el cuchillo en el pecho
del muchacho, quién apenas ya mantenía sus ojos abiertos. Se
escuchó su último aliento, su última súplica de perdón. Su cuerpo yacía sobre
el altar, sus brazos caían queriendo acariciar el suelo que tanto le había dado
antaño; su sangre creó un dibujo sobre la arena: el destino es morir.
Las diecisiete mujeres se desataron entre sí y, rompiendo el
perfecto círculo, se acercaron hacia el altar. Con sumo cuidado, anudaron los
miembros del muchacho y lamieron la sangre de éste; dejaron caer sus túnicas
violetas teñidas de rojo, mezclándose con el sucio oro de la arena. Desnudas,
bajo la mirada del hombre, esperaron aún con lágrimas en su rostro.
No pasó mucho tiempo hasta que las lágrimas se confundieron con
la lluvia y la pureza bañó a las mujeres.
TEXTO DE DANI
LOS PELIGROS DEL PENSAMIENTO
LOS PELIGROS DEL PENSAMIENTO
No sabía cuánto tiempo había estado corriendo, pero no podría aguantar mucho más. Las piernas le ardían, el bulto que trataba de sostener entre sus manos comenzaba a ser demasiado pesado. El cansancio agudizaba su desesperación, y su jadeo anunciaba la llegada de lo irrefrenable. ¿De dónde podemos sacar fuerzas cuando vemos tan cerca el final?
Para su fortuna, las calles de la ciudad de Menfis eran, por lo general, estrechas y con tantos recovecos como agujeros tiene una piedra pómez. Eso le daba tiempo. Pero no podía más. Se detuvo, desesperanzada. Por un momento, frente a un par de sabuesos que pasaban por allí, indiferentes a los –estúpidos- problemas humanos, se sintió en calma. La constante colisión de la lluvia contra aquellos edificios bajos ayudó a reducir el ritmo de su corazón, hasta que consiguió armonizarlo con el sonido de la igualadora agua. Cerró los ojos de manera casi involuntaria. Su cuerpo quería brindarle una última ocasión para que gozase de la paz que un día menospreció. Ipso facto recordó un momento muy concreto de su juventud, periodo donde ponemos todo en entredicho y actuamos abandonando la razón para llevar a cabo algo supuestamente importante, pero mucho más efímero de lo que pensamos que vamos a conseguir. Recordó una época feliz, con su familia, aunque estricta con la tradición, siempre fue afectiva para con ella. El jardín de violetas, donde iba usualmente a conversar con comerciantes y viajeros, era el lugar favorito de su mente, pues era donde podía crecer y extenderse. Qué irónico que ahora fuera acabar así cuando había disfrutado tanto de lo exógeno.
Un estruendo formado por las teselas de gritos, órdenes, choques y débiles reflejos de antorchas la despertó de su ensueño, en el que deseó haber estado encerrada, pero a salvo. Cuando los soldados estuvieron frente a ella, se sorprendió de escuchar… nada. Silencio absoluto frente a quienes debían de haber levantado a toda la población. Sabía que cualquier esfuerzo era inútil, ergo usó su mejor recurso disponible: la resignación a la muerte. De manera fría, calculada, profesional, uno de los soldados proyectó una lanza que, provocando un terrorífico silbido, impactó contra aquella joven. En el suelo, sus manos se desentendieron del objeto que habían sido obligadas a portar, dejando sobre el húmedo suelo del lugar donde había vivido un generoso volumen hecho en papiro. Era el himno a Osiris.
Los cristianos, ebrios de poder, una vez que habían dejado de esconderse, destruían sin compasión cualquier cosa que contradijera su pensamiento. Aunque no fueron los únicos. Quizá de ahí provino su excelso revanchismo.
Nadie fue capaz de escucharlo, pero, encerrada en sí misma, mientras ellos llegaban, la joven egipcia musitó en voz baja, como si no quisiera molestar al silencio: es estremecedor que, aunque todos somos absolutamente iguales, el poder de una creencia, de un pensamiento, de una educación, sea tan importante como para hacernos capaces de no compartir nuestra humanidad, y matarla con nuestro egoísmo.
-
Sencillamente increíble, como partiendo de la misma base dos se han podido crear dos historias tan diferentes...
ResponderEliminar¡Muchas gracias Niko! Has sabido captar la esencia de este trabajo.
EliminarEsa era exactamente la idea que teníamos en mente. Nos alegramos mucho de que te haya gustado, ¡gracias por leer!
EliminarDos palabras:
ResponderEliminarPrecioso, Inspirador.
No sabes cuánto me alegra oír eso, Andrea. ¡Esperamos estar a la misma altura, aunque con diferente contenido, la próxima vez!
EliminarQuizá podamos usar esas palabras en otras ocasiones... ¡Muchísimas gracias!
EliminarSin palabras. Mi más sincera enhorabuena a los dos por ser capaces de transmitir tan reales sentimientos mientras os atenéis a los requisitos.
ResponderEliminarMe siento profundamente halagado. ¡Muchas gracias, Antonio! Seguiremos trabajando para hacerlo cada vez mejor, y que lo podáis disfrutar con nosotros.
EliminarLa capacidad de transmitir es la más importante, y es un placer que te hayan llegado nuestras palabras. Muchas gracias por leer nuestro proyecto, Antonio.
Eliminar