Wordtober 2019 - 2. Arrullo


Si pensaba en su infancia, sólo recordaba unos brazos que la mecían rítmicamente, aunque no sabía quién era quien lo hacía. Su niña interior podía sentir la calidez y el cariño sincero de alguien que se volcaba en la tarea de quererla, pero podía ser su madre o alguna de sus abuelas. No podría haber sido su hermano mayor porque el ritmo que recordaba era estable y Neely solo tenía dos años más que ella, por lo que su movimiento hubiera sido tímido y torpe. No fue capaz de pensar que pudiera ser su padre quien la abrazase con tal amor, ni quiso pensar en las profundas arrugas de la cara de su abuelo. Si pensaba en su infancia, no quería llorar.

Queriendo no llegar, subió despacio las escaleras de casa. Sus pies respondían a su corazón fuese adonde fuese, incluso sin que ella supiera lo que sentía realmente. Cuarenta y siete escalones, una llave pintada de color aguamarina y una puerta barnizada: eso era todo lo que separaba los recuerdos de la realidad. Cada mañana al despertarse se decía que algún día cambiaría su vida, pero hasta ahora no había pasado y no parecía que fuera a pasar.

Las cajas aún llenas de la mitad de su vida seguían acumulándose en la esquina del salón; habían pasado dos años y medio y todavía no había sido capaz de abrir ciertas cosas. Era adulta, pero no valiente: estaba trabajando en ello. Los libros no tenían un sitio fijo: aunque la mayoría estaban en el salón o la habitación, un par de ellos estaban sobre la encimera de la cocina y otro apoyado en la cisterna del váter. Antes de salir de casa había dejado la cama sin hacer, y la habitación tenía un aspecto terrible con el papel de pared salmón y el cable de la lámpara como una enredadera salvaje entre los barrotes de la cabecera. Suspiró y cerró la puerta del piso con llave; besó la foto que había sobre la silla del pasillo y pensó en visitar a su abuelo lo más pronto posible.

Sus manos reaccionaron mucho más rápido al bajar las persianas que sus pies al subir los escalones. Sólo necesitaba silencio, tranquilidad, respirar, descansar… había pasado todo el día repitiéndoselo a sí misma, que eso era justo lo que necesitaba, pese que sabía que necesitaba, por encima de todas las cosas, un abrazo con tanto cariño como el que recordaba su niña interior. Dejó caer al suelo toda la ropa con la que había cargado por la ciudad y se dejó abrazar por las sábanas. Jamás admitiría lo triste que se sentía al saber que era el único abrazo sincero que la esperaba cada tarde. Para calmar sus emociones no sólo vino la tibieza de las lágrimas, sino también la imagen de esa persona que la mecía y la mecía eternamente en su memoria, llegando a escuchar las voces de sus abuelas conversando sobre la nada, mientras ella caía en lo más profundo del sueño, arrullada por los fragmentos de una mente atormentada.

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