Boceto V: muy rápido, muy cerca

Mi mente fluye a una velocidad vertiginosa. Escribir no me permite plasmar todo lo que ocurre en mi interior, es más, me enfada, porque no puedo seguir cada letra, cada palabra, cada pensamiento que me asalta sin previo aviso. Durante horas escucho palabras con voces distintas, y cada palabra me evoca un lugar, y cada lugar una historia. No puedo contarme a mí misma tantas historias, centrarme en cada detalle: mi mente es un torbellino.

Mientras escribo esto hay una nota sobre la mesa en la que recojo los pronombres de alguna lengua clásica y tan sólo pasear con mi vista por encima me traslada a cuando elegí mi formación: el primer día que me senté -no sentí- sola en una habitación llena de gente. Recuerdo que de toda esa gente no mantengo conversación con ninguno y pienso qué habré hecho mal. Quizá nada, ya ni si quiera le doy importancia. Pero recuerdo la angustia y la vergüenza de la profesora inclinada sobre mi mesa mirándome con esos ojos inundados en pena por las desgracias ajenas, por desgracia. ¿Cuántas veces me habrán mirado de esa manera? Mi mente vuela hacia los momentos en las que esa mirada sucedió, siguiéndome como lo hace la luna a los hombres: muy de cerca.

La mejor luna que vi quedó plasmada en una foto. Fue hace muchos años, cuando todo era bonito y aún no sabía nada de la vida. Me enamoré y mi padre me llevó a la otra punta del país para poder estar un tiempo con esa persona. Un día fuimos a los acantilados más hermosos y vimos el mar anunciando el futuro: chocando fuerte, rompiendo todo. Mi padre me compró un corazón mineral de color arcoiris y cenamos con el atardecer rozando el mar.
-Hace años que tengo esta cámara y jamás he podido fotografiar decentemente la luna, dijo mi padre. Y entonces aquel chico que me robó el corazón también le robó su mejor brillo a la luna. Nunca la vi brillar como en aquel momento.
Últimamente recuerdo mucho a mi padre, pero intento no hacerlo. Lo intento con todas mis fuerzas, como ahora, pero mi mente, fugaz y traicionera, pasa instantáneas lo más rápido posible, como si yo no fuese a darme cuenta. 

Otras cosas que van rápidas en mí son los latidos del corazón. Realmente siento un terremoto dentro de mí y no sé qué sucede: no es amor, no es miedo, no soy yo. Es mi mente. Se ha apoderado de mi cuerpo. Y con esto me traslado a Siddhartha y a cómo me salvó la vida; parafraseo: no puedes redimir tu alma acabando con tu cuerpo. Nunca una idea llegó tan profundo en mi ser; ahora es parte de mí. Pero sigo teniendo miedo.

Y el miedo me recuerda que...

Comentarios

  1. Cuando era joven y no entendía muchas cosas de mi vida, de lo que pasaba y dejaba pasar, solía pensar que mi vida tan solo cruzaría frente a mí sin yo no ser más que su espectador. Todo te duele cuando eso no es cierto, cuando cada detalle te invita a ser protagonista de la manera más dolorosa: una cascada de recuerdos que cae sobre tu mente. Todos se atisban negros. Lloras y no te sientes más ligero. Algo anda mal en ti. Piensas por qué si yo no quería esto. Y lo peor es que no ves modo de solucionarlo.Te desesperas, arañas con tus uñas las paredes que te atrapan hasta que no sientes dolor. Quizá, yo no lo sé, pero solo quizá en ese momento es cuando debes abrazarte, notar tu piel bajo la yema de tus dedos y sentir tu vida fluyendo desde tu interior. Y hacia fuera. Porque eres alguien que brota como el nacimiento de un río y espero que tu cauce nunca cese.

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    1. Tanto años en mi vida y cada día descubro en ti nuevas cosas, ¿no es eso la magia de la amistad? Tú eres mi ejemplo de vida fluyendo siempre hacia delante, en ti me he estado fijando últimamente. Ojalá nunca dejes de ser joven, de ser tan potente humanamente hablando. Y gracias, no por haberme comentado en esta entrada tan importante, sino por salvarme la vida con pequeños detalles desde hace tantos años.

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