Cinco palabras #2: música, magia, armonía, azar, ciencia
Podéis leer la primera parte haciendo click aquí.
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música, magia, armonía, azar, ciencia
Para escribir los textos pusimos ciertos requisitos: usar -obviamente- las cinco palabras, utilizar un máximo de 500 palabras y escribirlo el mismo día. El objetivo de hacer esto entre dos personas (se puede con más y sería mejor aún) es poder ver cómo desarrollamos un texto con pensamientos distintos desde una misma base, desde unas mismas palabras. Ambos textos son ficción ambientada, aunque ya sabéis lo que dicen de que en la ficción se encuentra la verdad. Aquí tenéis el resultado. ¡Ojalá os guste tanto como nos ha gustado a nosotros hacerlo!
MI TEXTO
PROHIBIDO Y OLVIDADO: LA MELANCOLÍA DE LA GUERRA
En el armario de la abuela había muchos objetos prohibidos
como libros, películas y fotografías, pero lo que más me llamaba la atención
era el estante que sostenía las cintas. Eran rectangulares y tenían unos
círculos que lo atravesaban, dando a las dos caras, alrededor de las que se
enrollaba un hilo grueso y oscuro. Los había visto en los documentales que
televisaban mostrando la vida de otros tiempos; decían que en ellos se grababa música
que luego podía escucharse en un aparato aún más complejo. Todo era más fácil
ahora: sólo había que apretar el botón de detrás de nuestra oreja y acercarse a
un monitor; la música quedaba grabada en nuestra mente y podíamos reproducirla
tantas veces quisiéramos sin que nadie más la escuchara. La voz de nuestra
mente podía ser cualquier voz.
-Abuela, ¿qué hay en estas cintas?
La abuela terminó de servir el té en dos pequeñas tazas de
porcelana. Ya nadie lo hacía así, sólo la gente que había pasado por la guerra
y no podía despegarse del pasado.
-Ven, cariño. Coge una y acércate. Siempre quise hablarte de
ello.
Pasé mi dedo índice por encima de las cintas, con cuidado,
eligiendo al azar una de ellas. Entre mis manos aquel objeto parecía más frágil
de lo que había imaginado, más frío y mucho más enigmático.
-Como sabes, hace mucho tiempo las cosas no pintaban bien.
La crisis que asoló Europa llegó a extremos que ninguno imaginábamos. La
sociedad quedó reducida a simples agrupaciones que defendían la solución que
para ellos era la correcta. – La abuela tomó la cinta de mis manos y se acercó
a colocarla en la máquina que lo hacía funcionar. – Finalmente quedaron dos
gremios: uno que defendía la magia y otro que defendía la ciencia. Un gremio y
otro se esforzaban en atrapar las diferentes disciplinas. La magia se quedó con
la literatura, el cine y la pintura; mientras que la ciencia se quedó con aquéllas
más pragmáticas. –Introdujo la cinta y pulsó algunos botones, haciendo que la
máquina hiciese sonidos que jamás nadie quisiera grabar en su mente. – Entre
ellos lucharon, atrapando las disciplinas que el otro controlaba. Así, sólo
hubo un grupo que decidió revolucionarse: los músicos. Tu abuelo fue uno de
ellos.
-¿Y qué pasó?
-En la revolución hubo diferentes marchas en las que los
músicos gritaban que su libertad jamás sería retirada por ninguno de los
gremios, que ellos eran de sí mismos. Tu abuelo grabó todas esas cintas antes
de la última marcha que hicieron porque él sabía que sería la última.
Reivindicarse o morir. Eso pasó con ellos.
La habitación quedó inundada por el sonido que emitía la
máquina. Una viola rasgaba el viento y la luz. Su sonido era claro como ningún
otro que yo hubiera escuchado en toda mi vida y sentí que todo mi cuerpo
temblaba.
-Supongo que ya sabrás qué gremio ganó la guerra, hijo.
Acaricié la parte de atrás de mi oreja y, mientras las lágrimas
mojaban mis mejillas, pulsé el botón; sentía que aquel sonido era el sonido de
la vida. La abuela, sonriente, dijo:
-Hacía años que no escuchaba estas cintas. Ahora siento que nuestros
corazones, en la distancia del tiempo, están por fin en armonía.
TEXTO DE DANI
INSTANTÁNEA EURÍTMICA
Quién sabe si por azar o por intención humana, pero allí estábamos. Alguien o algo habían
decidido que esa sería la última parada del largo y fatigoso viaje.
La oscuridad, siempre amenazada por la luz artificial, inundaba las calles de aquella turística y antiquísima ciudad. El ajetreo parecía esconder el individualismo, produciendo que cada figura humana se fundiese con el paisaje urbano de su alrededor. Esto mismo hacía que cada fotografía capturada en sus respectivas cámaras fuera diferente a la anterior, a pesar de encontrarse en el mismo lugar, en el mismo ángulo, en la misma noche. Parecía cosa de magia.
¿Nuestro objetivo? Llegar a la parte más alta de la torre desde donde se podía ver toda la ciudad cuando el carro de Helios estaba en su punto álgido. Ascendíamos despreocupados, ajeno al mundo que nos rodeaba –y al que le dábamos absolutamente igual-. En la cúspide corría una juguetona brisa, amenizando las temperaturas del verano, y que se deslizaba mezclándose indiferente entre la piedra y la piel. Habíamos olvidado nuestra cámara, por lo que nos limitamos a observar (cuán obvio parece ese gesto, pero cuántas veces se olvida). Desde allí, una vez pudimos dejar a un lado a las personas que deseaban una instantánea con las iglesias y edificios varios que todavía se vislumbraban, y que utilizaban de parche para olvidar sus problemas, o al menos eso intentaban transmitir a los demás, se comenzó a escuchar una agradable música de piano proveniente de un culto varón que se había posicionado en el centro de la plaza (¿El azar estaba volviendo a actuar, o se encontraba allí por alguna razón?) A los pocos minutos noté una fortísima conexión entre lo que veía y lo que escuchaba, producto de la armonía entre mis sentidos y mis pensamientos. Esa melancólica pero placentera secuencia de notas musicales produjo en mí una especie de hechizo que intensificó la soledad, el desencanto y la desesperanza. A su vez era una sensación ínfima de paz, que te abraza antes de marcharse durante una temporada. Seguían allí, pero ya no escuchaba el bullicio. Había desaparecido para mí. Por contra, el piano se sentía cada vez más rítmico con el latir del corazón. ¿Cómo se puede dudar de que la música no sea una ciencia, si necesita una técnica precisa, y bien ejecutada puede resolvernos, o intensificar, tantos problemas?
A mi derecha, alguien estaba pensando lo mismo que yo, igual que tampoco podía mantener las lágrimas en sus ojos. La soledad que nos atravesó cual saeta sólo se estaba presentando, puesto que estaba allanando el terreno para quedarse mucho más. Ese instante significaría tanto, a pesar de nuestra ignorancia en ese momento. Puede que el destino ya estuviese escrito, pero aún no éramos conscientes de que nos encontrábamos en un punto de no retorno, donde todo cambiaría en cuestión de meses, y nos afectaría para el resto de nuestra vida. La última de las pruebas había comenzado.
La oscuridad, siempre amenazada por la luz artificial, inundaba las calles de aquella turística y antiquísima ciudad. El ajetreo parecía esconder el individualismo, produciendo que cada figura humana se fundiese con el paisaje urbano de su alrededor. Esto mismo hacía que cada fotografía capturada en sus respectivas cámaras fuera diferente a la anterior, a pesar de encontrarse en el mismo lugar, en el mismo ángulo, en la misma noche. Parecía cosa de magia.
¿Nuestro objetivo? Llegar a la parte más alta de la torre desde donde se podía ver toda la ciudad cuando el carro de Helios estaba en su punto álgido. Ascendíamos despreocupados, ajeno al mundo que nos rodeaba –y al que le dábamos absolutamente igual-. En la cúspide corría una juguetona brisa, amenizando las temperaturas del verano, y que se deslizaba mezclándose indiferente entre la piedra y la piel. Habíamos olvidado nuestra cámara, por lo que nos limitamos a observar (cuán obvio parece ese gesto, pero cuántas veces se olvida). Desde allí, una vez pudimos dejar a un lado a las personas que deseaban una instantánea con las iglesias y edificios varios que todavía se vislumbraban, y que utilizaban de parche para olvidar sus problemas, o al menos eso intentaban transmitir a los demás, se comenzó a escuchar una agradable música de piano proveniente de un culto varón que se había posicionado en el centro de la plaza (¿El azar estaba volviendo a actuar, o se encontraba allí por alguna razón?) A los pocos minutos noté una fortísima conexión entre lo que veía y lo que escuchaba, producto de la armonía entre mis sentidos y mis pensamientos. Esa melancólica pero placentera secuencia de notas musicales produjo en mí una especie de hechizo que intensificó la soledad, el desencanto y la desesperanza. A su vez era una sensación ínfima de paz, que te abraza antes de marcharse durante una temporada. Seguían allí, pero ya no escuchaba el bullicio. Había desaparecido para mí. Por contra, el piano se sentía cada vez más rítmico con el latir del corazón. ¿Cómo se puede dudar de que la música no sea una ciencia, si necesita una técnica precisa, y bien ejecutada puede resolvernos, o intensificar, tantos problemas?
A mi derecha, alguien estaba pensando lo mismo que yo, igual que tampoco podía mantener las lágrimas en sus ojos. La soledad que nos atravesó cual saeta sólo se estaba presentando, puesto que estaba allanando el terreno para quedarse mucho más. Ese instante significaría tanto, a pesar de nuestra ignorancia en ese momento. Puede que el destino ya estuviese escrito, pero aún no éramos conscientes de que nos encontrábamos en un punto de no retorno, donde todo cambiaría en cuestión de meses, y nos afectaría para el resto de nuestra vida. La última de las pruebas había comenzado.
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