Boceto IV: inventario de recuerdos
Releo mi diario tratando de encontrarme, pero sólo encuentro un corazón que siente en todas las direcciones. Lo noto latir en las páginas con mayor intensidad que dentro de mi pecho: quizá se me ha escurrido de las manos y se ha escondido en el papel. No me atrevo a buscarlo, me basta con saber que sigue aquí, que no se ha ido contigo.
Leo mis letras queriendo saber de mí: qué pasó, cómo llegué hasta aquí. Encuentro billetes siempre al mismo destino, fotografías instantáneas del mar y entradas de museos temáticos. Es un inventario de todos los puntos geográficos donde nos hemos besado. Sin olvidar los lugares físicos: en las palmas de las manos, en el hueco de las clavículas, en los párpados, en las rodillas; y los lugares fugaces donde nadie nos vio, pero quisimos que nos vieran: delante de las cámaras de seguridad, en la última fila de asientos del cine, en la estación de tren antes de la despedida.
Veo fragmentos de tinta borrados por las lágrimas y no consigo recordar si fueron de felicidad o de tristeza. Suspiro al pensarme escribiendo qué sucede en el mundo, qué atrocidades lo destruyen, cuando aquí en mi interior sigo pagando los destrozos de aquella guerra. Aquí no llegaron las bombas, ni el fuego, ni los cañones, pero sí la sangre, el miedo y la huida. Todo lo que antes fue, quedó reducido a ruinas. Si vinieses -si de verdad vinieses- y, cogiéndome de los hombros, me sacudieras, de mí caerían pedacitos de cristal, pétalos de flores y un montón de escombros.
Temblar es mi técnica defensiva contra todo. El frío, la ausencia, la necesidad, la vida. Ya no sé cómo veía el mundo antes de que ocurriese, pero sé cómo lo veo ahora y no me gusta. Si miro a mi alrededor no te veo, si cierro los ojos tan sólo puedo imaginar tu rostro. La imaginación no es real, así que no me gusta el mundo que veo; vivo enamorada de un mundo que no existe, un mundo en el que tú siempre estás allí adonde mire.
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