Boceto VIII: cápsulas rosas para niñas locas

Escribo y borro, me siento morir. Eliminar letras también es eliminar lo que nace de nosotros. La mierda autocomplaciente es un bebé que no llora porque ya lo hago yo.  A veces no sé porqué dos ideas lejanas en mi mente coinciden y entonces sé que llega el momento de las cápsulas rosas para niñas locas. Hace un año me dijeron que lo estaba y ahora mismo lo sigo estando. Trago y no siento placer, igual no ha caído al fondo del estómago. Trago de nuevo, con ganas, empujándola hacia el final, donde acaba todo menos yo. Si llega, no avisa. Me gusta el color rosa pero no me gustan las cápsulas. Su forma no me dice nada, sólo me pide que saque la lengua. Todo sigue igual, bien. Sigo estando loca. Sigo escribiendo. Sigue siendo de noche. 

Sé el día exacto que dejé de sentir calor dentro de mí. Ahora mi piel es gris y azul, y fría. Soy un animal triste que ni siquiera juega con su propia sombra porque ya no le asusta. Sé que me sigue, pero sé que me abandona. Ella también. Ella tampoco se despide. He decidido quitar mis puertas porque no sirven de nada: ni suenan los portazos -todos se van de puntillas, cerrando sin hacer ruido-, ni guardan mis secretos -resulta que escribo-. Las ventanas tampoco tienen cristales, no hay reflejos del pasado y el sol se ve mejor. Ya no es amarillo, Vincent, ahora no tiene color; sólo flota.

Si me confieso por cada pecado, mis rodillas quedarían en carne viva, pero al menos algo de mí viviría o lucharía por seguir estándolo. ¿Para qué? Yo no llevo un diario del movimiento del mundo, intento estar muy quieta, pero no puedo. Me tiembla la sonrisa y los ojos se me caen continuamente. Es muy cansado seguir, pero es lo único que queda. Suena triste, como una canción a medianoche, pero sólo puedo escucharlo yo; las voces en mi cabeza me lo han prometido.

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